La soledad del “yo”
Mientras transcurre la vida, nos sentimos a gusto en nuestro espacio de soledad, mientras sea una opción, mientras lo elijamos.
Ese lugar, espacio, tiempo, que decidimos elegir para nosotros mismos, para nuestro recogimiento…
Mientras no sea impuesto, esa soledad es gratificante, te ayuda a recuperar fuerzas, a serenar el espíritu, a reencontrarnos con nosotros mismos, en un espacio creado en nuestro interior para ayudarnos a encontrar fuerzas para el caminar diario, en ese espacio , la soledad es una bendición para el alma.
Bendición que desaparece cuando es impuesta por las circunstancias, cuando la soledad es una situación venida, ya sea por al ley natural del tiempo, o por la situación social, es una yaga sangrante que no calma ninguna palabra, ningún roce, todo se derrumba .
Enfrentarse a la soledad del “ yo”… esa soledad a la que te enfrenta la muerte, donde te ves a ti misma mirando desde fuera tu vida, donde en el espacio tiempo todo se congela, solo pesa el silencio de la nada mas absoluta, entonces ves el sentido ultimo de las cosas, donde sientes el vació que llena tu alma.
En ese instante, solo sientes el frió de la soledad, en la que se convierte la vida, cuando lo único verdaderamente importante es sentir el calor de las manos de quien amas llenando el vació de las tuyas. Manos sin vida, reposando sobre el pecho frió sin latido, esas manos que un día acariciaron tu piel al abrigo de los sentimientos mas calidos.
Frente a la muerte de un ser querido, resurge la soledad del “yo” con todo el ímpetu de nuestra fragilidad humana, se empequeñece nuestro ego, solo queda nuestra fragilidad al descubierto.
Frente a mi soledad… frente a mi “yo”, solo tengo mi llanto, mi impotencia, toda mi triste humanidad.
Reme G.